viernes, 17 de diciembre de 2010

HISTORIAS MINIMAS


Es curioso ver como ciertos supervisores de estaciones en la Línea D, se esmeran en ocasiones por aplicar el reglamento a rajatabla. "Es mi trabajo" sostienen con el orgullo que lo haría un orfebre ante una obra terminada con éxito. Ocurre que, objetivamente, se supone que el trabajo de un supervisor incluye algo más que cortarle la cabeza a un compañero por una falta. Incluso se podría esperar que en algunas cosas "dieran el ejemplo". Por poner un caso, se esperaría que un supervisor velara por la salud del trabajador, y no pusiera por encima de este valor la continuidad en la venta de boletos. No estaría mal que en algunas situaciones no "hicieran su trabajo" con tanto ahínco y privilegiara el aspecto humano de algún suceso, máxime cuando ante situaciones similares tienen raptos de amnesia o presbicia. De todas formas, un análisis más profundo del tema, indica que en el ánimo de aquellos que se postulan para ser supervisores anida un deseo oculto de "cagar a la gente", siendo que uno de los componentes de su tarea consiste precisamente en eso. Aunque a veces se le tire con un misil a un mosquito y otras se le haga cosquillas con una pluma a un elefante. Pareciera ser que, como el "cagar a la gente" es parte escencial de la labor del supervisor, cuando no pueden hacerlo una parte de sí se siente frustrada. Más aún cuando los blancos sobre los que arrojar sus dardos se acotan. "No te metas con aquel que lo protege la UTA", "A ese dejalo porque está con los zurditos". Es entonces que, para menguar esa frustración atacan a aquellos que "creen" que están desprotegidos. El problema se presenta cuando se descubre que los supuestos "desprotegidos" no lo son. En ese momento ¿serán capaces de tirar la primera piedra?... continuará...

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